Los motines por hambre se han producido a lo de la
Edad Moderna en muchas localidades de España. Aunque será a inicios del
siglo XIX, concretamente entre los años 1802 y 1803, cuando la situación
fue más propicia. Estos motines por hambre se produjeron en años de
escasez de alimentos, sobre todo de pan debido al alto precio alcanzado
por el trigo.
En 1801-1802, los precios anuales del trigo
alcanzaron, en los mercados de nuestra provincia, valores excesivamente
altos. La mala cosecha recogida en julio-agosto de 1801 influyó muy
negativamente en gran parte de la población de nuestra provincia, que veía
peligrar su subsistencia por los precios excesivos que tomaba el pan.
Si la situación ya era mala, otras circunstancias
vinieron a favorecer que los motines se produjeran. Las lluvias caídas
durante el invierno hicieron disminuir las peonadas de trabajo en el
campo, por lo que los jornaleros tuvieron que hacer frente a largos
períodos de inactividad casi sin recursos.
De ahí que el causante por excelencia de las
revueltas de 1802 en nuestra provincia tenga un nombre propio, el Hambre.
Cuando estallaron aún no se había iniciado las tareas de la siega,
faltaban pocos días para cortar las mies, y un buen número de jornaleros
se encontraban sin trabajo. Hay que tener en cuenta que era el trabajo que
proporcionaba mayores ingresos en su economía doméstica.
En la actual provincia de Toledo fueron varias las
localidades en las que se produjeron motines por hambre, como en
Tembleque, Mora, Mascaraque, Villamuelas, Villanueva de Bogas y en nuestro
pueblo, Madridejos. De todas ellas, fue Madridejos la primera localidad
donde se llegó a una situación crítica, el día 19 de mayo de 1802.
Los vecinos amotinados pedían que se bajara el
precio del pan. Los precios del trigo en su mercado durante el año
agrícola 1801- 1802 habían subido desde los 60 reales de marzo como valor
medio mensual, a los 82,25 reales de mayo y a los 91,3 reales, en junio.
La subida del trigo, materia prima para la elaboración del pan, hizo que
se encareciese excesivamente el precio de dicho producto.
Los alcaldes ordinarios de Madridejos en una carta
de 24 de mayo señalaban que ‘el alto y subido precio que tomó en esta
villa y pueblos de su circunferencia, cada fanega de trigo.., hizo y fue
la causa de que los panaderos que le cocían llegasen a vender cada pan
común de dos libras por 16 cuartos, y cada uno de los de flor por 18”.
En estos años en los que el pan era el principal
alimento de la población, su alto precio llevó al pueblo, que empezaba a
pasar hambre, a pedir por la bajada del precio del pan no encontrado otro
medio para ello que estas especies de revueltas populares.
Así, los vecinos de nuestra localidad justificaron
su actuación por “la necesidad en que se hallaban ellos, y sus familias
con riesgo de perecer, a causa de que aunque se hallaba la provisión de
pan para el sustento humano, era a tan crecido precio, que con su trabajo
no podían comprar ni aun la mitad de lo necesario, y acosados del hambre,
se unieron algunos para publicarla y pedir su remedio y el moderado
precio”. También solicitaron la disminución del precio de las carnes y de
otros alimentos.
Los alcaldes de Madridejos calificaron la
insurrección de inesperada y repentina. Sin embargo, de las declaraciones
particulares de los inculpados se dejaba entrever el malestar existente
que desembocaría en los tumultos. Los precios del trigo se dispararon y
encarecieron el precio del pan, condiciones adversas de todo tipo
limitaron las peonadas de trabajo en el campo, y el exceso de la mano de
obra reduciría el valor de los jornales. Esta situación estaría en boca de
todos en la primavera de 1802. En las calles, en las plazas, en las casas,
en las tiendas, en las tabernas, no se hablaría de otra cosa.
El hambre estaría presente en la casa de estos
jornaleros que aunque consiguieran llevar un jornal a su casa, lo que no
siempre era posible, éste era insuficiente para alimentar a su familia. La
debilidad, la enfermedad y la muerte pronto harían acto de presencia.
Frente a ellos, los labradores que habían conseguido
acumular grano lo vendían a precios excesivos con lo que sus ganancias
aumentaban. La crisis ampliaba las diferencias sociales, hacía más ricos a
los ricos y empobrecía hasta sus últimas consecuencias a los pobres. La
única salida era el uso de la fuerza, el motín.
Se espero a la noche para iniciar la revuelta. La
inexistencia de alumbrado público, tan solo varios faroles de aceite,
facilitaba en la oscuridad de la noche el anonimato de los participantes y
dificultaba el apresamiento de los principales encausados. Utilizaron el
sonido de las campanas de la parroquia, de tambores y de otros
instrumentos parecidos para llamar la atención de todos lo que quisieran
formar parte de las cuadrillas de amotinados.
Los actos de violencia que se produjeron en el
transcurso del tumulto prácticamente se limitaron a la rotura de tablas de
las puertas y cristales de las ventanas, a destrozar postigos y cerraduras
y al robo de cortinas de las casas de los agricultores más pudientes, la
de los miembros del ayuntamiento, la de los escribanos y la del párroco.
La casa del párroco sufrió serios desperfectos, al parecer porque éste era
el dueño de una tahona. No obstante, ninguna persona sufrió heridas como
consecuencia de estos alborotos.
Ante esta crítica situación, se inicio la represión
por parte de las autoridades ante la población amotinada. En la tarde del
24 de mayo fueron apresados ya los primeros amotinados. Se trataba de
jornaleros, oficiales y artesanos, definidos por la justicia de Madridejos
como los que “nada tienen que perder”, lo que nos indica que pertenecían a
la clase social más pobre de nuestra localidad. Fueron apresadas 25
personas de las que se conoce su profesión: trabajadores del campo eran
siete, once figuraban como jornaleros, uno como labrador, tres como
arrieros, un hortelano, un gremista y un trinchante, de los cuales
diecisiete tenían edades entre 20 y 40 años, e igual número de ellos
estaban casados. También, fueron apresadas dos mujeres. Los presos fueron
repartidos entre las cárceles de Alcázar de San Juan y de Consuegra.
El Ayuntamiento consiguió pronto controlar la
situación al acceder a las solicitudes de los bulliciosos a cambio de que
se mantuviera el orden. No sólo bajó el precio del pan y registró las
casas de los cosecheros para confiscar su grano, sino que además dio a
conocer todas estas medidas mediante bando y pregones. Con ello se
calmaron los ánimos, pero desde la siguiente noche a la del motín
patrullas de personas no involucradas en él recorrieron las calles del
pueblo para evitar que se repitiesen sucesos similares.
Así se puso fin a unos sucesos que no parece que se
repitieran de forma tan palpable en los años posteriores, a pesar de darse
crisis similares a la comentada, e incluso más duras como las de 1804 o
1812, cuando el hambre volvió a aparecer con gran fuerza, agravándose la
situación con la aparición de enfermedades epidémicas como la viruela,
sarampión y las terribles tercianas, que, junto con el hambre, causaron
una gran mortandad en la población de nuestro pueblo.
En el siglo XX, también se darán en nuestro pueblo
situaciones muy parecidas, que nuestros mayores recuerdan cuando hablan de
los años del hambre que tuvieron lugar, sobre todo, durante los años de la
guerra civil y la década de los 40.
Julio Tendero Rosell. |